Hoy rara vez me dedico a contemplar el cielo en la noche, tan solo cuando necesito que la luna y las estrellas me den consuelo ante tantas preguntas que les hago. Y es que he descubierto un techo en mi cabeza, en lo más alto y oscuro de mis pensamientos donde a veces aparecen pequeños destellos de luz, como luciérnagas borrosas a las que pido mentalmente que se estén quietas para poderlas descubrir con nitidez. Como un niño ilusionado imagino lo que son y lo que me podrían deparar, elucubrando posibles situaciones futuras en las que la vida alcanzara un sentido y la existencia una explicación. De momento estoy considerando adquirir un telescopio de decisión y coraje para si no se dejan ver...ir a verlas, de tal modo que terminaré como el Iker Ximenez de mi propio raciocinio.
Pero al final, como cuando era niño, me vuelvo a ver con los pies en la tierra, con la misma frustración de vivir en un gerundio sin alicientes en los que veo volar luces, unas tras otras sin que ninguna se decida a bajar a enseñarme el camino que me lleve a conocer mi universo personal.